Plano del Jardín

ENZA GARCÍA ARREAZA

Rodrigo soñó con una cabeza picada por la mitad. Se la servían en una bandeja con champiñones y clavos oxidados. Voy a llamar al mozo, pensó, pero se dio cuenta de que estaba desnudo y que no podía despertar.

Rodrigo se asomó al espejo y decidió no podarse la barba. No más. No más, Julia. Se cogió la verga entre las manos y apretó con una ternura salobre y metálica que le sugería un cielo dibujado con acuarelas baratas, acuarelas de quincalla china, para ser más pendencieros.

La vida del escritor es difícil. Aunque no más que la de cualquier solitario que transite la línea abominable entre la fuerza del destino o la llana indiferencia del universo. La vida del escritor fracasado que no sobrevivió al primer libro es difícil, aunque no más que la de cualquier colector de basura. Soy arqueólogo del alma, dice orgulloso, y se sirve un café, o se lo derrama encima sobre el pantalón que ya estaba sucio desde hace cinco días.

Volvamos a la cabeza picada. Era una cabeza de mujer, pero esto lo digo con suma prudencia, no sea que Julia me acuse de misógino onírico (aunque Julia ya no me habla porque el coronel le revisa el móvil). Era una cabeza muy bonita, y les puedo jurar que fui invadido por la pena. Creo que el huevo se me endureció por lo atractiva que resultaba con esos labios pulposos y los ojos ahogados en un no entender, pero no sé si esto lo sentí desde mi yo soñante o desde mi yo durmiente. ¿Acaso hay diferencia? Era una bonita cabeza de mujer. Ahora miro por la ventana y el gato se alimenta de polillas. Tiene que ser sagrado alimentarse de algo con alas, por eso los gatos son versiones palpables de la soberbia y la solemnidad.

La naturaleza dispone ritos enigmáticos para que nos rebanemos los sesos durante las noches de invierno, sobre todo yo que nací tan cerca del ecuador y que no me acostumbro a vivir bajo cero. Con Julia también atravesábamos situaciones bajo cero. La malparida esa, no puedo creer que hayamos abandonado el mismo país. Ella también se alimentaba de cosas con alas, ella devoraba mi interior como un virus informático y codificaba esa falsa armonía que te llenaba de prestigio y pureza, como auge y penitencia, la muy sucia, con semen, panqueques y desesperación.

Julia llegó a mi vida como una estudiante universitaria en apuros. Las buenas tetas y el hambre la llevaron a zanjar un trato con Luke M., un exactor teatral al que eximí de varios entuertos legales antes de que me dedicara a escribir a tiempo completo. Luke administraba un club en Bello Campo y en el club se concertaban negocios de diversas índoles, fundamentales para el orden secreto de la nación: la nueva realeza castrense requería el servicio cauteloso de jovencitas golosas y necesitadas, que aceptaran coger por el culo pero que exhibieran buena presencia y lograran sostener una plática medianamente astuta durante la hora de la cena en el Marriot de turno.

El coronel que se la llevó mandó a la división de inteligencia al café donde yo solía meditar por las tardes. Mi madre me pidió que me fuera. Desde entonces hago realidad mis sueños. El de la cabeza, quizá, se tome más tiempo.

SOBRE LA AUTORA

ENZA GARCÍA

VENEZUELA

“Como lectores somos un universo muy amplio. Mutamos y así nuestras preferencias”, afirma rotundamente la venezolana Enza García (Puerto La Cruz, 1987), que nos invita a buscar “en todas partes” los nuevos valores literarios.

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