Antes de comer te lavas las manos y oras para protegerte contra el cólera. Antes de salir a la calle también oras, para que Dios te libre de los sicarios, de los atracadores… Tus vacaciones de Navidad no son las mismas de los años pasados con tus amigos de infancia, con tu familia, comiendo y bebiendo lo que se les viniera en gana. Quedarte es una pesadilla, y si te vas sería un paréntesis no cerrado. Pasas el tiempo leyendo las mismas noticias de los diarios, viendo las mismas imágenes en la tv, escuchando las mismas opiniones en la radio: sicarios, desaparecidos, violaciones, asesinatos, drogas, dengue, cólera, elecciones, filtración, WikiLeaks, contaminación, inmigración, 4 por ciento…
Las lecturas te hacen mucho daño, tienes que cuidar la salud de tus ojos. Recuerda que tú eres miope en camino de devenir en ceguera. Y llevas dos largos años con los mismos lentes que deberías cambiar cada semestre, aunque en la óptica de la avenida siempre hay un descuento especial y un operativo permanente de chequeos gratuitos para que, al igual que los celulares, tengas el último modelo.
Te encuentras en la pensión y los oídos te duelen de escuchar a tus compañeros hablar de homosexualidad. En esta atmósfera olvidas cómo escribir un verso, la frase inicial de un cuento o un argumento para nuevo ensayo. El dormir está prohibido por las quejas, los tumultos, la música de los celulares, el volumen de la tv, por lo que consideras irte al parque Piedras Vivas, esperando encontrar un conocido con quien puedas charlar. Una, dos, tres horas, y no ves a nadie que conozcas. Sólo el viejo panadero rubio. La calvicie no se le nota, porque siempre lleva gorra. Observas la forma redonda de sus lentes, su bigote y barba de nieve, dando a comer trozos de pan a las palomas refugiadas en el techo de la Catedral. El bigote y su barba hacen que se parezca a los antiguos sabios. Lo que necesita para ser un doctor es la bata; para ser un congresista, el saco y la corbata. Dejas de inventar, no conoces su nivel académico ni a su familia, quizá no sea sólo simple panadero ambulante que remolca un triciclo. Te quedas mirándolo, sin preguntarle o decirle nada. ¿No quieres ser su amigo? ¿En qué puede beneficiarte? No te interesa comer pan. Y en todo caso, lo comprarías con tu dinero.
Te quedan dos opciones: el parque está ubicado en medio de una iglesia y un liquor store en el que siempre hay descuentos para las bebidas de prestigio. De elegir lo segundo, necesitarás un poco de dinero y una tipa que no tome mucho, pero también puedes quedarte sentado en una de las bancas del parque.
Tus bolsillos están vacíos, sin embargo, no quieres pasar el tiempo en la misa escuchando la Santa Palabra de boca de un sacerdote. Tu rebeldía se debe, quizá, a que tienes la Biblia escrita en varios idiomas.
Nadie te entendería, el entendimiento requiere paciencia, tolerancia y acercamiento. Eres amigo de los clérigos, pero nadie te ve asistir a misa; amigo de pastores, pero nadie te ve ha visto atender a sus prédicas; eres amigo de sacerdotes del vudú, pero nadie te ha visto bailando debajo de los “peristil” invocando a los loases. Deberías congregarte, nadie sobrevivirá sin etiqueta.
Tú querrías ir para la biblioteca, pero está cerrada, es Navidad. Por eso inmediatamente después de abrir la puerta caminarás hacia la habitación para tratar de seguir leyendo la novela de Sidney Sheldom, La conspiración del Juicio Final. Pero en vez de eso, enciendes la laptop para escuchar a Ricardo Arjona, Bob Marley… con volumen lo más alto que te sea posible, y allí estás online chateando con tus amigos virtuales hasta que llegue el sueño. Hoy no te acordarás de orar antes de dormir.
Tu BlackBerry está cansado de vibrar y sonar, pero hasta ahora no alcanzas a escucharlo. Puede que sea una llamada de tu madre, que tiene ganas de verte después de tanto tiempo. O, por qué no, la morenaza esa que está loca por ti y desesperada por volver a visitarte. Cuando chequeas el historial del smartphone tienes más de 25 llamadas perdidas de números desconocidos. Si supieras de quiénes se trataran, podrías llamar para atrás. Aun cuando tu balance es cero y has agotado todos tus “llámame”.
Hace muchísimo frío, buscas tu abrigo, aunque será lo mismo, lo único que podría quitarte el frío es tener sexo toda la noche con una chica que te acaricie y te caliente hasta que pase el invierno. Pero ella no vendrá, debes estar esperando una mentirosa en lugar de ir al baño y masturbarte repitiendo su nombre: ¡Karina, Karina, Karina, kariiiiiiiiiiiiiiiiiiina, kari, ka, k!, acabando con ella. O en todo caso y aunque lo odies, ella debe encontrarse en los brazos del idiota que a veces pasa a buscarla a la Universidad. No importa que sea motorista, no debes sorprenderte, ellas son así. En estando montado…
Vuelves a dormirte con las manos entre las piernas, soñando que hay un sitio entre el paraíso y el infierno. Aquí vives.

SOBRE EL AUTOR
Marckenson Jean-Baptiste
HAITÍ
Aquellos que busquen nuevos valores tienen en los talleres literarios el sitio idóneo. Esto es lo que considera este haitiano (Belladère, 1985), que tras residir, además de en Haití, en la República Dominica y Chile, tiene en el francés y el español las correas de transmisión de su creación literaria. Diversidad lingüística y de géneros, puesto que sus letras basculan desde la poesía hasta el artículo periodístico, pasando por el cuento y el microrrelato.